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Una teoría de la conspiración es la creencia de que varios actores se unen en algún tipo de acuerdo secreto, expreso o accidental, para lograr un objetivo oculto que se percibe como ilegal o malévolo. Estas teorías pueden tomar muchas formas y aparecer en diferentes áreas de la vida.
Los historiadores y los científicos sociales a menudo se muestran escépticos con respecto a las teorías de la conspiración porque creen que la mayoría de ellas fallan y que los eventos históricos se pueden comprender mejor sin recurrir a especulaciones no verificables. Sin embargo, este tipo de suposiciones logra arraigarse entre el público en general y su influencia parece extenderse. Para entender este éxito, es útil pensar en él como un “meme”, el mismo que se usa en las redes sociales, un invento cultural que (según su creador, Richard Dawkins) pasa de una mente a otra y sobrevive, o se extingue, a través de la selección natural. Como dispositivos retóricos, las teorías de conspiración compiten con “memes” como “debate justo”, “pericia científica” y “resistencia a la ortodoxia”.
La lógica del meme de la conspiración es cuestionar todo lo que dice o hace el “establecimiento”, ya sea el gobierno o los científicos, incluso por las razones más hipotéticas y especulativas, y exigir respuestas inmediatas, exhaustivas y definitivas a todas las preguntas. La incapacidad de dar respuestas convincentes se utiliza entonces como prueba de engaño conspirativo. Mientras tanto, los teóricos de la conspiración ofrecen sus propias teorías alternativas con la evidencia más débil, desafiando a las autoridades a demostrar que están equivocados.
Si bien hay teorías de conspiración que han demostrado ser ciertas, como el asunto Irán-Contra o el experimento de sífilis de Tuskegee, muchas otras son exageradas. De las 92 teorías de conspiración descritas por McConnachie y Tudge (2008) en un libro de texto reciente, la mayoría se enfocan en las élites políticas, religiosas, militares, diplomáticas o económicas; desde Tutankamón y la Maldición del Faraón hasta los Protocolos de los Sabios de Sion, desde los abusos rituales satánicos hasta los supuestos sucesos del Consejo de Relaciones Exteriores, la Comisión Trilateral y la Familia Real Británica; otros tienen que ver con cultos religiosos, abducciones extraterrestres o planes terroristas. Algunos son simplemente divertidos, pero otros han alimentado guerras, inquisiciones y genocidios en los que han muerto millones.
La mayoría de las conspiraciones científicas y tecnológicas del libro de McConnachie y Tudge denuncian el mal uso de la ciencia por parte del gobierno, el ejército y las grandes empresas. Estos incluyen afirmaciones extrañas de que los militares han suprimido la tecnología que podría hacer que los buques de guerra sean invisibles; que las empresas automovilísticas y petroleras escondieron un descubrimiento que convertiría el agua en gasolina; y que los dentistas planean envenenar a la población poniendo flúor en los suministros públicos de agua.
Las teorías de la conspiración son fáciles de propagar y difíciles de refutar. Afortunadamente, hasta hace una década, pocas teorías de conspiración serias rondaban las ciencias naturales. Más recientemente, sin embargo, las teorías de la conspiración han comenzado a ganar terreno y, en algunos casos, han tocado la fibra sensible de un público que ya desconfiaba de la ciencia y el gobierno. Los teóricos de la conspiración, algunos con formación científica, han argumentado, por ejemplo, que el VIH no es la causa del SIDA, que las vacunas no son seguras y que el calentamiento global es un engaño manipulador. Estas afirmaciones ya han tenido graves consecuencias: políticas de salud pública equivocadas, resistencia al ahorro de energía y energías alternativas, y tasas de vacunación en descenso.
Es deber de la comunidad científica buscar la verdad, fomentar el pensamiento crítico y promover la educación en temas relacionados con la verificación de fuentes y evaluación de evidencias que ayuden a las personas a discernir entre información confiable y teorías basadas en especulaciones sin fundamento.
Esta no es una tarea fácil ni rápida: negar o afirmar cualquier teoría de la conspiración que surja, por lo que, para concluir, comento que en 1870, el naturalista, explorador, geógrafo, antropólogo, biólogo e ilustrador Alfred Russell Wallace se vio envuelto en un conflicto prolongado con el teórico de la Tierra plana John Hampden, editor de Truth-Seeker’s Science Review y Scriptural’s Oracle Science Review. Su disputa tenía que ver con la medición de la curvatura del agua en el Canal Old Bedford de Inglaterra, o simplemente conocido como el experimento Bedford Level. Hubo una apuesta pública sobre esto, que ganó Wallace, seguida de una demanda cuando Hampden se negó a pagar, una amenaza contra la vida de Wallace y una sentencia de prisión para Hampden. Desafortunadamente, Hampden y sus seguidores nunca se convencieron, y la creencia en la conspiración de la Tierra Redonda persiste hasta el día de hoy.
Por ello, la discusión debe llevarse a cabo en el campo científico, con pruebas irrefutables, y recordando aquella máxima de Karl Popper (así como el criterio de falsificación) que dice “Ningún argumento racional tendrá un efecto racional en una persona que no quiera adoptar una actitud racional”.
*El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Oncti)
@betancourt_phd
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