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Si bien es comprobable el hecho de que el mundo de la ficción literaria a veces se proyecta fuera de sus páginas para convertirse en realidad, es raro el caso contrario, es decir, que la realidad termine siendo enseñada por los atributos de la ficción, o menos aún, quien sea la misma. creador. del texto novelado.
Aunque algunos lectores puedan dar fe de la existencia teórica de José Pérez, a partir de su registro autoral, hay sobre todo indicios que lo asimilan al personaje de cierta novela de otro José, un tal Saramago. La conjetura deriva de la naturaleza de un nombre que, siendo tan austero, suscita sospechas. Porque en un campo de vanidades tan extendidas como la literatura, ¿cómo podría un autor tener un nombre menos fantasioso? “Además del nombre propio de José, Don José también tiene un apellido, uno de los más comunes, sin extravagancias nominales…”, apunta el escritor portugués en “Todos los nombres”.
La sospecha toma forma durante la lectura de “Cuentos de lejanía”, en la que José Pérez hace un tenaz catálogo de nombres para asignar a los protagonistas de sus cuentos, del mismo modo que el personaje de Saramago rellena las fechas de su álbum de estrellas que extraen sus archivos desde al estado civil. Si en la novela se omite rigurosamente la mención de estos nombres, en estos relatos emergen con énfasis, finalmente liberados de su yugo incomprendido.
Pero no me malinterpretes. Esencial a efectos narrativos, la circunstancia en que están los personajes -que existen- parece estar subordinada al hecho de que sean nombrados, que sean nombrados o evocados por terceros y, en consecuencia, dotarlos, por efecto de subjetividad, con cierta irrealidad (¿como el propio José Pérez, quizás?):
“Yumbimbá parecía un dios y una fuerza conmovedora, tal vez venida de otros mundos, ya que los esclavos africanos escaparon durante la colonia y se hicieron inmortales en medio de las montañas. De esas razas de ayer, de nunca, del más allá…” (“El Oro de Yumbimbá”).
Y luego, a lo largo de estas 16 historias, comienzan a desgranarse “todos los nombres”, vibrantes, hermosos, familiares: Ana Amalia, Alejandro Alberto, Ernesto Patricio, Bernardo Enrique, David Alejandro, Benigno Andrés, Fe María, Carmen Carolina, Cristina Margarita, Cecilia Coromoto, María Inmaculada, Virginia Liliana, Ruperta María…
Curioso y diligente en su exploración, José Pérez acaba enamorándose de sus personajes; Los esculpe hasta tal punto, los dibuja tan sugestivamente, maléficamente, que el destino pesa sobre algunos de ellos, como Arnaldo (“El mal de ojo”), víctima del destino, o Cocoro (“Cocoro el asesino”), enfermo . de malicia congénita Son los seres anónimos ya justificados por el romanizado José (el de Saramago), cuyo nombre empieza a desvanecerse de los registros, que ya no necesitan de la fama, ni siquiera de una vida real, para redimirte:
“Augusto Monterroso se para frente a la fábrica, ahora invisible, sin forma ni estructura, y no ve un alma viviente a su alrededor. Murió tres veces en otros tantos días y se le puede ver entero. Si algo ha cambiado en el mundo, esos cambios no parecen reflejarse en ella. No entiende qué pasó, qué hizo la gente, adónde fueron y qué hace la cola de su avión enterrada en las bodegas de la fábrica” (“Sobre Augusto Monterroso”).
Según los datos de su registro bibliográfico, José Pérez nació en el estado Anzoátegui y vive en la ciudad de Pariaguán, pendiente de verificación de datos.
“Cuentos de lejanía”, publicado recientemente por Monte Ávila Editores, puede descargarse gratuitamente desde Aquí.
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